Como en un debate entre ‘futboleros’ que transcurre de manera acalorada respecto al acierto, o no, de un entrenador ante la alineación ideal para hacer frente a un gran derby, nos encontrábamos, hace un mes, un grupo de insufribles cinéfilos. ‘Blade runner 2049’ ya tenía fecha de estreno en España y Denis Villeneuve, el director quebequense con más trayectoria internacional, asumía la compleja responsabilidad de dar vida y forma a la secuela de uno de los clásicos de la ciencia ficción más personales de la historia del cine reciente.
Uno de los miembros del improvisado concilio acertó a plantear la pregunta del millón: ¿Es Denis Villeneuve cineasta o director de cine? Y en ese punto, decidimos por unanimidad que nos encontrábamos ante una cuestión que merecía la pena analizar ante el esperadísimo estreno de la nueva Blade runner.
‘Blade runner 2049’ ya es material tangible que se puede y se debe disfrutar. El grupo de los más ansiosos, entre los que me encuentro, acudimos al cine huyendo de la mediocridad de las últimas confrontaciones políticas que dividen a la ciudadanía ante una extraña nueva moda que consiste en ondear banderas al viento.
Por suerte, ni rastro de banderas en ese distópico universo creado por Phillip K. Dick, que sirvió de inspiración a Fancher y Green para escribir el guion de las dos entregas.
A partir de este material y con la ayuda de una producción multimillonaria que roza los 185 millones de dólares, Villeneuve ha creado una suerte de apisonadora visual que corta la respiración en cada secuencia. Las imágenes apabullan por su belleza y el empleo de la luz y la fotografía repiten la paleta de colores, elegida para generar la sugerente atmósfera de su predecesora. El director encadena una serie de secuencias nacidas para permanecer inalterables en la retina, engarzadas con una banda sonora que emula, con suma discreción, la partitura que cerró el círculo de la perfección desde las envolventes notas ochenteras del sugerente saxo de Vangelis.
La historia nos sitúa treinta años después de las míticas lágrimas derramadas bajo la lluvia por Roy Batty, el replicante más letal, existencial y romántico que logró sobrecoger a toda una generación de los que abrazamos, sin concesión, la replicancia como filosofía de vida inalterable.
Todo en esta película mantiene un nivel de grandiosidad inapelable y denota un escrupuloso respeto por el producto original. Sin embargo, aunque la producción funciona con una precisión casi quirúrgica es, en este aséptico enfoque, donde deja entrever su talón de Aquiles. Los replicantes de esta nueva versión se antojan anodinos y demasiado aletargados para poder competir con la rabia y el encanto que derrochaban los combativos y salvajes Nexus 6. Ya no mola tanto ser un replicante cuando corre el año 2049 y la nostalgia juega en contra de una revisión, a mi juicio innecesaria, que huele a búsqueda, por parte de Sony del inicio de una saga, eso sí, de innegable calidad visual pero que nace vacía de carácter.
De cualquier forma, aplaudo la valentía de un Denis Villeneuve que ha sabido salir indemne ante una prueba que se pronosticaba como un salto sin red, desde el momento exacto en el que se supo de la existencia del ambicioso proyecto. El director (sí, he dicho director y no cineasta) demuestra, una vez más, que conoce a la perfección el oficio del profesional portentoso e inteligente. Aquel que tiene la capacidad de saber elegir sus proyectos y llevarlos a cabo con una maestría digna de elogio, como ya ha demostrado en producciones como la brutal ‘Incendies’, la muy desasosegante ‘Enemy’ o la delicada ‘La llegada’.
Hace falta mucho carisma para estar a la altura de un Rutger Hauer que se comía la pantalla con sus fríos ojos azules, algo que, ni siquiera el más esforzado Harrison Ford, consiguió en su mejor momento. Juzguen ustedes mismos porque quizás, la que aquí escribe, sigue presa de una enfermedad llamada nostalgia.
Crítica realizada por Isabel Ribote para Spoonful, disponible AQUI